Thursday, January 18, 2007



La cosa era ir de cosa. La cosa era arreglarse para ir de ciudad como se arreglaba otra para ir de siniestra. Maquearse. Buscar las calles y ponérselas a lo largo de las piernas, conjuntando las esquinas, ajustando las aceras a todos los bordes del cuerpo, especialmente en la cutícula de las uñas y en las encías. Había que brillar como brillan las avenidas, con un cartel de Schweppes en una oreja y uno de Tio Pepe en la otra. Y ponerse fachadas minimalistas a modo de recogido sobre la cabeza. Rapada y maquillada de negro. Un cráneo de asfalto arrugado, de piel cementada. Su cráneo viejo como todas las carreteras sujetando los edificios de papel maché.
Sobre los hombros, glorietas. Y lo demás debía ser desnudo, aunque fuera un desnudo mentiroso, que en algunas zonas sustituyera la piel por el látex. Pero negro. Todo negro como son las ciudades. Y todo raso. No se podía dejar ni un bosque sin depilar. Acaso un parque comedido alrededor del coño postizo.
Lo importante era ir cogiendo el aroma de lo urbano, chicken and chips y cemento, pero sin echarse porquerías por encima. La cuestión era controlar la metáfora.