Wednesday, April 19, 2006

OBRA SOBRE ESTA OBRA Y TODAS LAS OBRAS III

(Leer los capítulos en el orden de su numeración, tomando éste como el último)

Último informe.
Cuaderno negro.




Nueve años más tarde del fraude de los trenes moribundos, de la trampa fácil que me tendió el engreído arte conceptual, me ha llegado a casa la verdad sobre el principio de la involución.
Después de recortar la nota de prensa (con alguna lágrima) y archivar el informe 24, el último informe de aquella investigación insensata, dejé de pensar durante unos meses en provocaciones a la naturaleza, en ciclos involutivos, en monas con perlas. Quizá ya estaba del todo decepcionado. Pero nunca desengañado. La involución seguía siendo para mí una verdad radical, y a fin de cuentas, la única verdad que nos esperaba. Hay veces que sospechamos, que intuimos y otras que sabemos sin más. La involución ni la sospechaba ni la intuía, la involución simplemente la sabía. Podía admitir mi incapacidad para localizar aquella provocación puntual a la naturaleza con la que todo empezaría, pero eso no invalidaba mi (¿mi?) teoría esencial: que el hombre evolucionó para involucionar después, que hubo un tiempo en que fue capaz de crear todo lo posible, de maravillar a los demás hombres con lo nuevo, para plagiarlo sin remedio en un futuro. Y no era el único que andaba detrás de esta sospecha. Por suerte o por desgracia, la bibliografía que me respaldaba desde el principio era enorme:
A la mitad de mi investigación, cuando Maura ya había muerto y todavía confiaba en el caso 18 como el definitivo, encontré en la Biblioteca Nacional una novela reciente pero casi clandestina titulada La Metamorfosis y firmada por un tal H.K Ladow, del que nunca he llegado a conocer más que su nacionalidad norteamericana y su origen checo. La novela se iniciaba así: “Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Asmas se despertó convertido en un monstruoso mono”. Ochenta páginas que narran cómo un hombre, en una sola noche, experimenta, sin saberlo, la mayoría de los estadios involutivos que refleja el doctor Federico Meiga en su tesis Antropología futurista. Pura involución aplicada a una novela bastante mediocre que sólo se vendió en algún quiosco.
Este hallazgo fue el mejor, pero no el único. A medida que la investigación iba secuestrándome, cuando creía que el caso 21 de desorden natural sí era el definitivo, y luego el 22 y el 23, y luego comprobaba que no, y lo archivaba y me desesperaba, encontré alguno ensayos donde quise rescatar claves que reforzaban mi teoría: El ascenso del mono, el descenso del hombre de Jean Marie Miret, Tres posibles Apocalipsis de Hedor Maask, El hombre acabado de Hëine Porl y algunas columnas en revistas científicas. Pero, evidentemente, en ninguno de los casos me facilitaban la cita, con fecha y hora, en la que volveríamos a rascarnos las orejas con los pies y acabarían las posibilidades de creación para el hombre.
Fue entonces cuando encontré los trenes boca arriba, mi ilusioné, escribí aquella poesía pretenciosa, lloré por Maura, lloré por mí (no mucho), me acosté a mediodía, dormí hasta la mañana siguiente y compré el periódico, lo leí, miré por la ventana y no había tren, lloré por mí otra vez (ahora mucho más), maldije el nuevo arte, maldije a los artistas y me tomé algunos tranquilizantes.
Desistí de buscar el principio. Y hoy lo he encontrado.
El principio de la involución no estaba en el futuro. He comprendido que la propia involución va contra el futuro y no pretende otra cosa que deshacerlo. El futuro no tiene ninguna cabida en el reloj universal del hombre de ahora. El futuro no puede acercarse hacia nosotros para colgarse el cartel de la Victoria, que es el cartel del Presente que siempre ha terminado consiguiendo, aunque los hombres no hayan podido comprobarlo. Pero ahora el futuro, por primera vez en la Historia, no podrá llegar. La involución lleva esperándonos, agazapada, desde el pasado. La involución ya está pasando. Su estrategia hasta ahora ha sido el plagio colectivo e inconsciente. Sólo un hombre antiguo, lo supo y los escribió, en balde: “La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma. (…) Quizá me engañen la vejez y el temor, pero sospecho que la especie humana -la única- está por extinguirse y la Biblioteca perdurará…”. El sabio era argentino (Argentina era un país) y firmaba con las iniciales J.L.B.
El principio de la involución está sin duda en el pasado.
Todo está escrito. Esta misma frase está escrita. Ya he dicho que la escribió ese J.L.B. Y todo lo demás también está escrito, y dicho, y construido, y fabricado y pensado antes por otros. Por los otros del pasado. Y quizás ellos no hayan hecho otra cosa que repetir sin saberlo lo que dijeron sus otros, sus otros del pasado. Quizá solo hizo algo auténtico el primer hombre, que al saberse hombre se reveló contra la naturaleza y desencadenó el descenso.
Sospecho que desde él hasta hoy todo ha sido plagio. Inconsciente. Universal. Indemostrable. Irreprochable. Sospecho que Dédalo diseñó un laberinto exacto al que habían construido mano a mano siglos antes un matrimonio alejandrino bien avenido; que los frescos de la Capilla Sixtina en miniatura están en el reverso de una mesa persa que ardió por un descuido; que un obrero londinense del siglo XIX dibujó mil veces su lata de conservas del almuerzo y fue mucho más aplaudido que Warhol. Temo que Maura haya escrito sin saberlo la Divina Comedia, porque nunca la llegó a leer, y esto que escribo pueda ser la séptima repetición de un artículo que nunca he leído de aquel científico húngaro que tenía un mono llamado Yzur.
Hoy tengo en la boca y en la mente el sabor de frutas recicladas. Eso es lo que hemos comido y creado los hombres siglo tras siglo. La fruta artística mil veces transformada por otros hombres. Ese es el primer síntoma de la involución hacia el mono, de nuestra desaparición definitiva como especie experimental.
Ahora todos los hombres están encerrados en el plagio inconsciente. El plagio es la estrategia para igualarnos hasta confundir identidades. Tú eres yo y todos los demás. Hoy me ha llegado un libro al correo con éste título, escrito hace más de un siglo por Agustina García, filósofa toledana ligada al existencialismo. Al leer la primera página he comprendido nuestro destino futuro y nuestro destino pasado: ser tú y todos los demás, los de antes y los de después, asumiendo la falacia de lo nuevo.
En la primera página de ese libro se lee esto (y yo ya no sé quien lo escribió primero):

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,
¡qué silencio de trenes boca arriba!,
¡Cuánto brazo de momia florecido!
¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

F. G. Lorca


Esto es un posible principio.
Todavía lo estoy viendo y no dejo de afirmar con la cabeza. Un tren boca arriba no puede ser otra cosa que una provocación a la naturaleza. Esto es: un posible principio. ¡El principio de todos!...

***

2 Comments:

Blogger MademosilleJulie said...

te voy a empezar a leer
yo tb(ya)tengo un blog
me das envidia
veinteañero
artista
letrista
kiss
Julie

1:06 AM  
Anonymous Anonymous said...

alberto! soy missrocio(carlos) resulta que estoy venga a buscar cosas tuyas nuevas en la red y siempre me topo con las historias ya leidas!!! si estás muy ocupado lo entiendo, pero si no es así... bueno, me da pena no leer más cosas tuyas.

11:09 PM  

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