Monday, April 17, 2006




OBRA SOBRE ESTA OBRA Y TODAS LAS OBRAS I

Primeras impresiones.
Caso 24.
Cuaderno gris.

Esto es un posible principio.
Todavía lo estoy viendo y no dejo de afirmar con la cabeza. Un tren boca arriba no puede ser otra cosa que una provocación a la naturaleza. Esto es: un posible principio. ¡El principio de todos!
Es demoledor que este accidente sobrenatural termine dando la razón a tantos de mis últimos artículos, a tantas anotaciones, a tantas elucubraciones nocturnas con los más pesados de los clubs (qué inútiles son ya los clubs y sus djs fosilizados) y sobre todo al augurio apocalíptico que Maura me hizo hace tantos años; pero reconozco que lo verdaderamente espantoso es esta sonrisa que se me ha atascado en los labios al ver esta imagen de enfrente. Sonrisa de victoria o de recompensa, incluso de… ¿placer creativo?
Me río de la paradoja como los gilipollas que saben algo. Qué vergüenza. Tengo la necesidad de dejar de mirar esta catástrofe o anuncio, y de inmortalizarlo con algún garabato poético. Ahora no quiero hacer informes serios. Ahora quiero cuaderno gris. Tachones, versos cojos, dibujos.

Trenes boca arriba.
¡Qué silencio de trenes boca arriba!

Naturaleza provocada.
Cielo vacío.

Miro al tren. Boca arriba y muerto. Podría ser una postal novedosa para alguna galería. Hasta le imagino algún título insípido como “Estatismo y perturbación” o “Pose y artificialidad”. Más tarde haré suficientes fotografías desde la ventana del baño, que ofrece la perspectiva más apoteósica. Por el momento la misma realidad parece una fotografía en 3-D: no hay nada que se mueva alrededor del tren, parece que ni siquiera existe nada que viva alrededor del tren. Así que la provocación a la naturaleza está latiendo ahí abajo, mientras dure esta parodia de la muerte y no haya lo que tiene que haber en un accidente de máquinas: fuego, alarmas, muertos escupidos por las ventanas, bomberos, prensa.
Voy a la cocina a calentarme los restos del café de ayer y darle tiempo a la máquina para reaccionar.
Vuelvo y sigue sin pasar nada. Ni si quiera se acerca alguien a pasear su cerdo.
Miro el correo.
Creo que ha caído algo del techo del edificio de enfrente. ¡No! Es del cielo.
Joder. Se acabó la quietud. Llega la respuesta a la artificialidad provocadora. Aunque no sé si esto es menos artificial que una máquina muerta. Es un ejército de aves negras. Da pánico. Da ganas de estar en una pesadilla débil, de las que se acaban al desarroparse. Es una Apocalipsis feísimo, un Apocalipsis urbano y con olor a desayuno. Pero es lo que debía pasar (y me alegro, secreto, secreto). Es la verdadera respuesta de la naturaleza a la burla de la máquina: estoy viendo cómo llueve de golpe una manada de buitres inmensos, como bestias prehistóricas, que se empujan unas a otras con las alas, hasta llegar a las vías. Se están posando sobre los bajos (que ahora son los altos) del tren volcado y creo que tienen la intención de devorar este muerto eléctrico. En pocos segundos, no más de cuarenta, el cielo de la Ciudad Dormitorio se ha nublado, pero no de nubes, sino de plumas negras, así que imagino que un poeta antiguo alguna vez diría que el cielo se ha emplumado de negro. Yo sigo murmurando ¡joder! mientras escribo y vuelvo a mirar, y me estremezco, y recuerdo la crueldad de algunas aves que conocí en el pasado: me recuerdo de adolescente cagándome de miedo viendo The Birds de Meyarov o desprendiéndome el dedo del pico de un loro en un mercadillo de Praga.
Escribo excitado, sin mirar el cuaderno:

Pájaros
Convocados por poetas
Para poblar sus bosques
Ornamentar sus cielos.
Como una peste con alas.

Cielo ornamentado. Cielo tapiado. Cielo sin salida.
¡Qué cielo sin salida, amor, qué cielo!

Las señoras de de los pisos de enfrente se tapan las bocas con las manos y el resto del cuerpo con las batas, mientras señalan a los pájaros. Ellas estarán haciendo su interpretación (a saber cuál), yo, la mía: esos bichos son una respuesta engreída de la vieja fauna contra la provocación engreída de la nueva fauna, que ha violado sus leyes. Los nuevos animales, los automáticos y oxidables, no tienen derecho a morirse, y mucho menos a abandonarse como cadáveres auténticos; no puede venir ninguna máquina a utilizar poses de muertos, ni rituales de muertos, ni espacio de muertos. La muerte imitada de este tren boca arriba es, en su forma, toda una injusticia para los demás, para la rata de las vías, para la mona más vieja del zoo, para mi amiga Maura, que se negaba a usar peluca al salir del hospital los días de la quimioterapia. En fin, para los que sí morimos.
Los buitres han empezado muy pronto a picotear los bajos del cadáver mecánico, intentan arrancar con sus picos potentes los engranajes, cables y demás tripas negras que nunca vemos cuando los trenes se comportan como deben y no se mueren de esta manera. Pero los picos deben resultar blandos para atravesar un tren. Imagino que los bichos terminarán por cansarse, irán perdiendo lo que su microcerebro emita como Esperanza, porque empiezan a revolotear para probar en otro vagón, y se chocan en sus pequeños saltos unos con otros, ya drogados por el aceite corrosivo.
Me viene a la memoria la calva de Maura, su carne achicharrada e imagino esas bestias zampándose a picotazos su cuerpito la tarde que murió en la casa de la sierra. Dejo de mirarlos, por miedo y pudor. Me cubro la cara con el cuaderno y la vergüenza con el recuerdo de Maura preciosa, con pelo y pechos y sonrisa.

Miedo de lo que dices. Tributo eterno a ti.
Piel sin
Carne deliciosa.
Debajo de tu carne. Ahí quiero estar.
Dentro de ti, amor mío, por tu carne.

Vuelvo a asomarme a la ventana: los pájaros han desistido de comerse el tren. Pero han desistido todos al instante y se han ido. Por más que me asomo desde todas las ventanas, no encuentro ni uno, ni encima de la maquina ni alrededor de las vías, ni siquiera huyendo entre los últimos bloques de la ciudad. La retirada ha sido automática, como si respondiera a una orden de un jefe que los hombres no escuchamos, como un clic cerebral privado.
La pesadilla, que parece cíclica, ha vuelto a la quietud del principio. Y ahora no entiendo nada. El tren vuelve a estar quieto y solo. Vuelve a resultar una momia de lata, ahora más valiente que nunca, pues ha resistido un ataque caníbal. Es una momia valiente. Una momia como Maurita cuando la vendaron por última vez el pecho y el brazo izquierdo.

Momia de lata.
Pecho de momia y brazo de momia. Momia mía.
Brazo de momia con una flor.
Brazo de momia florecido.

En las vías sigue sin aparecer nadie ni nada vivo. Se me ha ocurrido que si me acercara a oler el tren desprendería tal olor a muerte falsa que no habría ser vivo que se acercara a compadecerse, ni los gusanos ni las moscas de los descampados, ni siquiera los viejos que se escapan de las guarderías por las mañanas y buscan desgraciados que socorrer. Me desespera esta inacción. No sé qué tengo que esperar ahora.
Me entretengo leyendo lo anterior y acabo de descubrir que hay una poesía, al menos una estrofa, desparramada por el cuaderno y que he ido escribiendo, como escribe un sonámbulo, inconsciente, inspirado con la excitación del tren boca arriba y el único que recuerdo que esto me puede motivar: Maura. Maura la culpable.

Dentro de ti, amor mío, por tu carne,
¡Cuánto brazo de momia florecido!
¡qué silencio de trenes boca arriba!,
¡Cuánto brazo de momia florecido!
¡qué cielo sin salida, amor, qué cielo!


Maura la culpable se merece el apodo, porque fue ella la que me puso en alerta del peligro a través de una servilleta de papel. El peligro de la involución. A Maura no le gustaba dar las malas noticias por la boca. Decía que la boca era para otras cosas, que no hay que mancharla, que para eso ya están los papales tan manchados de letras repetidas. Esto último nunca lo entendí.
Tengo aquí la servilleta. Los pocos que han llegado a saber de su existencia insisten en la necesidad de que sea publicada, en que es un documento clave para apuntalar la riada desbordante de escritos acerca de lo que mi editor llama mi “new concept”, tan de moda entre esos jóvenes intelectuales que se maquillan la cara de blanco y acumulan grasa en el pelo para llamarse neogrunchs.
Pero la servilleta nunca ha llegado a salir de este despacho. Tendrían que haberme llovido menos aplausos para atreverme a eso. Sin embargo hoy es el principio. Lo dice ese tren de ahí fuera, que se hace el muerto para hacer rabiar al orden natural. Hoy, al menos, transcribo la conversación con todas sus tachas a este cuaderno gris, el cuaderno privado:

Mira a la vieja señora de la derecha. Fíjate. Pronto no será una señora, será una mona.
Qué burra eres.
No me regañes. No es un insulto, no es Es compasión. Y ALERTA. Te estoy avisando de algo muy serio. La involución está llegando.
Qué es eso?
La el descenso, la vuelta al mono lo que desde el principio la naturaleza ha querido que seamos. Tú fíjate a partir de ahora, estate atento a sus respuestas. la naturaleza un día se vengará de tantos vaciles tantas bromitas que le hacemos y responderá de alguna manera.
Ya estas con lo del segundo diluvio.
Noo coño eso lo dije borracha. No me hagas caso borracha. Esto es otra cosa. Esto es la VERDAD: hace millones de años evolucionamos, crecimos, creamos y nos contentamos con haber llegado a la cima del orden cosmico biológico. Pero era una BROMA. Un caprichito que nos daban para quitárnoslo tiempo después. Y AHORA ES ESE TIEMPO. Ahora iremos para abajo en picadooo, ahora involucionaremos, seremos incapaces de crear y de superarnos. Y volveremos a donde empezamos, por gilipollas.
Entonces mañana tendré pelo en la espalda???
No. Tu depilación láser no peligrará todavía amorcito. La involución empezará cuando venga una provocación verdadera. Atento!! Ese principio está al llegar y cuando la naturaleza responda, ya todo quedará como fatigado, será pesadísimo vivir, vendrá como un sosiego bíblico. Yo pago el ron.

Y lo pagó. Y me condené para siempre, como si a cambio del ron hubiera adquirido el compromiso eterno de desmantelar aquel enigma. Desde entonces sólo me ha interesado saber cuándo llegará aquel principio del fin, cuál será el momento preciso en que el hombre descenderá sin remedio a sus orígenes. Sólo quiero ser el primero en avistar aquella provocación que dijo Maura. Yo hasta ahora creía encontrarla en cada pequeño incidente de la ciudad, en cualquier cosa que desordenara mínimamente el orden natural. Todo caso sospechoso ha pasado por mis archivos, ha sido estudiado al detalle, contrastado con los anteriores, analizado por diferentes tablas estadísticas y un enorme proceso analítico que siempre ha quedado en nada. En espera. Porque pasados los días y los meses la involución no mostraba ni un solo síntoma en la ciudad. Las señoras no se vuelven monas tan fácilmente. Pero eso era porque después no llegaba “el sosiego bíblico” sino que la vida de los hombres continuaba por donde había venido, por las compraventas, por los chismes, por las esperanzas inmobiliarias y por las nuevas drogas de Chipre.
Sin embargo los trenes boca arriba han acabado con todo. Es evidente que la nada se irá irradiando desde estas vías de enfrente de mi casa hasta el resto de la Ciudad Dormitorio y de ahí hacia el Mundo (creo que el mundo también es dormitorio, pero no he estado) y la involución habrá empezado. A mí ya no me asusta, llevo años esperándola.

***


Foto: Rubén Martín

1 Comments:

Anonymous Anonymous said...

Te prometo que algún día te daré su ilustración. Te lo prometo.

7:10 PM  

Post a Comment

<< Home